Libro
No sabía qué me esperaba cuando entré por la puerta del Batallón de Instrucción Paracaidista, en noviembre de 1996. Sólo había escuchado algunos rumores acerca de los “Legionarios del Aire”como algunos los llamaban, y de su fama de ser hombres rudos y no del todo cuerdos.
Yo no me consideraba un tipo especialmente duro, pero la posibilidad de subirme a un avión para tirarme en pleno vuelo me parecía excitante. También me interesaba saber si daría la talla, en una unidad tan exigente como aquella.
En aquel momento, hace veinticinco años, no sospechaba que mi sitio sería la Primera Compañía de la Primera Bandera. La primera semilla de la Brigada Paracaidista, siempre empeñada en demostrar su carácter pionero. O, como decía nuestro capitán: “los mejores de los mejores”. Puede que lo fuéramos o puede que no. Pero, sin duda, perseguíamos la excelencia sin escatimar ningún esfuerzo.
Hubo muchos momentos duros, sobre todo al principio, cuando los límites son demasiado y aún no se han roto. No es fácil convertir un estudiante con gafas, más aficionado a los ordenadores que a los gimnasios, como era yo, en un auténtico paracaidista. En mis primeros meses, dejé un reguero de meteduras de patas y anécdotas que aún hacen reír a mis antiguos mandos y compañeros.
Ejercicio tras ejercicio, maniobra tras maniobra, llegó también la capacidad de pensar más rápido, de moverse más deprisa, de aguantar más peso y muchos más kilómetros.
Con el fusil, con la ametralladora, con el lanzagranadas, con la radio o con el botiquín de primeros auxilios. Llega un momento en el que, incluso el más torpe de los novatos, se convierte un auténtico paracaidista, preparado para afrontar cualquier tipo de misión.
En 1999, mientras la OTAN bombardeaba Kosovo y aún se analizaban los restos de muchas fosas comunes, como las de Srebrenica, nos enviaron a Bosnia.Un país donde todavía humeaban las ruinas, cinco años después de los acuerdos de paz, y algunos jugaban con gasolina. Nosotros estábamos allí para apagar cualquier fuego.
En el fondo, aunque no sea una tarea que muchos comprendan o valoren, esa es la tarea del Ejército, en un mundo donde son posible matanzas tan inconcebibles como las de la antigua Yugoslavia, o enemigos tan atípicos como los organizadores del 11S o del 11M: vigilar que nuestro mundo no arda.
Diversas razones me llevaron a pedir destino fuera de la Brigada Paracaidista, en el año 2000. Entonces, hacer carrera fuera del Ejército parecía lo más sabio. No sabía que siempre llevaré el uniforme encima, aunque no se vea.
Ya entonces fantaseaba con la idea de llevar toda mi experiencia al papel. Quería escribir un libro ligero y divertido, que los veteranos pudiesen sentir como propio, y que ayudase a entender cuál es el sentir de la Brigada Paracaidista a quienes no la conocen. Dicho y hecho. Bueno, he tardado un poquito en hacerlo, pero nunca es tarde, si hay cerveza para celebrarlo, ¿no?
El prólogo ha sido redactado por el subteniente D. Moisés Díaz, que fue superior mío durante un tiempo, y ahora se ocupa de gestionar el Museo de la Brigada Paracaidista. Dice nuestro ideario que el libro de nuestra Unidad está en blanco, y nos corresponde “escribir en él páginas de gloria”. Nadie mejor que el custodio de ese metafórico libro, para presentar mi humilde aportación a la historia de la BRIPAC.
En mi periodo de servicio hice cientos fotos. Muchas se perdieron, porque fui lo bastante bobo como para utilizar cámaras desechables, que se velaban si les tosías demasiado cerca, pero conservé las suficientes. También salgo en algunos vídeos, más o menos caseros, que se rodaron en esa época. Junto con algunas imágenes aportadas por el Ministerio de Defensa, he incluido esas fotografías al libro. Aparecen los momentos más relevantes de la vida de un paracaidista, como el proceso del salto o su instrucción militar.
Aquí figura una sinopsis más detallada, publicada en la página de Veteranos Paracaidistas:
https://www.vetpac.es/yo-estuve-en-la-brigada-paracaidista/
Y aquí, un enlace al libro:
https://www.amazon.es/dp/B096BDF1LX
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